jueves, 1 de abril de 2010

JUVENTUD Y VIOLENCIA

El 20 de abril de 1999 sucedió una tragedia que conmovió y preocupó a todo el mundo. En la Escuela Secundaria Columbine, de Littlenon, en Colorado (al sudoeste de Denver,), U. S. A., una pareja de jóvenes estudiantes de nombres Eric Harris, de 18 años, y Dylan Klebold, de 17, protagonizaron una masacre en la que perdieron la vida 25 personas (incluidos ellos) y resultaron heridos 20 de sus compañeros. El móvil del crimen al parecer sigue siendo una incógnita, aunque las investigaciones apuntan a que el mencionado par de jóvenes decidió suicidarse, pero antes de hacerlo, tomaron venganza contra lo que más odiaban, es decir, contra la escuela, compañeros y maestros.

Instalaron varias bombas de fabricación casera (se encontraron más de 30 dentro de la escuela y en el estacionamiento), dispararon más de 900 cartuchos antes de suicidarse, utilizaron armas largas y cortas semiautomáticas, entraron disparando a la escuela como en un vídeo juego y asesinaron a sangre fría a 13 personas, burlándose de algunas de ellas antes de matarlas.





Con anterioridad, estos jóvenes ya habían presentado conductas parasociales y antisociales a pesar de que ambos provenían de familias bien estructuradas y sin problemas económicos. En enero de 1998 fueron encontrados culpables por el robo a una camioneta que contenía equipo electrónico e ingresaron a un programa de rehabilitación del juzgado, pero en febrero de 1999 se les permitió dejar el programa anticipadamente por haber sido participantes ejemplares, con informes finales halagueños y optimistas.

Se les acusaba de pertenecer a grupos neonazis, no obstante que Klebold era de ascendencia judía y Harris tenía varios amigos negros y asiáticos; se sabe que pertenecían a una banda que se hacía llamar "La mafia de los abrigos", de la cual les atraía la mitología nazi, vestían camisetas negras, jugaban los vídeo juegos más violentos y en varias ocasiones habían manifestado su odio y sus deseos de violencia; incluso, Harris tenía una página en internet a través de la cual transmitía fórmulas para hacer bombas caseras y mensajes violentos; y a pesar de ello, nadie tomó en serio estos signos tan evidentes de comportamiento antisocial y mucho menos nadie recapacito sobre sus inclinaciones a la violencia que pudieran desembocar en este asesinato en masa.

Este caso nos ha dejado grandes interrogantes, entre ellas: ¿qué esta pasando con los jóvenes en todo el mundo? ¿cómo es que hasta los profesionales en la materia decían que estos dos jóvenes no representaban mayor riesgo, que se trataba de simple rebeldía juvenil, típica de los adolescentes y los dejaron salir con anticipación de un programa de rehabilitación? ¿hasta dónde puede llegar el descuido de los padres como para no darse cuenta que su cochera era una fábrica de bombas caseras?

Este tipo de actos nos deben llevar a reflexionar sobre el futuro de nuestros jóvenes y la necesidad de tomar más en serio a nuestros hijos. Es una pena que la mayoría de las veces, cuando los hijos están en "malos pasos", los últimos en enterarnos somos sus propios padres, en virtud de que la comunicación interfamiliar suele ser mínima, en ocasiones nula y en otros casos sólo se habla para desencadenar conflictos entre padres e hijos. No debemos olvidar que los padres ocupan un lugar muy importante en la vida de los jóvenes, no sólo en lo material sino también en el entorno afectivo.

La actitud y el comportamiento de los adolescentes siempre ha creado conflictos generacionales; generalmente cuando los hijos entran en la adolescencia, la organización en el ámbito familiar sufre un desajuste y las repercusiones de las actitudes negativas de algunos adolescentes pueden causar daños a la sociedad, aunque en el caso referido se llegó a un punto extremo.

La crisis que sobreviene, cuando hay adolescentes en la familia, es una etapa normal en su desarrollo, no debe ser interpretada como una tragedia; es necesaria para afirmar la identidad del adolescente, formar su carácter, moldear su temperamento y constituye la etapa decisiva de la separación gradual entre padres e hijos.

En una familia común es normal y casi inevitable que haya alguna fricción o conflicto; estos pueden no tener importancia pero también pueden ser signo de graves alteraciones en las relaciones entre padres e hijos.

El adolescente se encuentra en continuo conflicto entre el deseo de ser independiente de sus padres y el darse cuenta de lo dependiente que es en realidad. Casi todos los adolescentes desean tener buena comunicación con sus padres y encuentran frustrante el hecho de no poder hablar libremente con ellos acerca de temas conflictivos como pudieran ser la conducta sexual, su apreciación del mundo o sus expectativas de vida, llegando a creer que los padres viven en un mundo distinto al suyo, que no saben nada del de ellos y en otras ocasiones los padres olvidamos que también fuimos adolescentes.

Algunos padres cuando preguntan a sus hijos sobre su vida, lo hacen en forma autoritaria y desencadenan conflictos porque al joven no le gusta que lo interroguen; otras veces, la falta del establecimiento de reglas y la conducta permisiva por parte de los padres es o genera un sentimiento de abandono y soledad en el adolescente. En muchos casos, dentro de un marco de control, es provechoso que haya conflictos y tensiones para un desarrollo sano del individuo.

Los padres autoritarios o las madres sobreprotectoras dificultan el proceso de identidad en el individuo. El padre autoritario es el que impone su voluntad sin dar explicaciones, actitud que no satisface al adolescente, por lo que empieza a manifestar conductas de rebeldía; por otro lado, las madres sobreprotectoras suelen ser asfixiantes y pueden llegar a formar un individuo temeroso, apático y carente de iniciativa.

Los padres y los maestros se complementan para la formación del carácter; los maestros no sólo deben tomar en cuenta el nivel intelectual de los alumnos, es importante también que consideren el ámbito afectivo, es decir, cómo se siente el alumno ante él, con sus compañeros o cómo se comporta en la escuela.

El profesor debe promover y estimular las relaciones interpersonales así como generar la cohesión en el grupo; al fomentar el respeto mutuo, la comunicación y la cooperación en el aula, debe promover trabajos en equipo para brindar oportunidades de participación. Siempre debe estar abierto para cualquier consulta dando los medios necesarios para que cada alumno realice una elección correcta.

El caso citado deja muy clara la necesidad de una mejor relación entre padres e hijos, de los padres con los maestros y de los maestros con los alumnos. Ahora ya sabemos hasta dónde pueden llegar estos descuidos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario